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HABLANDO CON LOS MUERTOS

  • MARINA GURRUCHAGA
  • 14 oct 2019
  • 1 Min. de lectura

Existen algunas costumbres muy reveladoras, recogidas en la literatura oral cántabra, que nos hablan de una relación muy estrecha entre vivos y difuntos, particularmente si éstos son de la familia. En varios cuentos transmitidos por J. García Preciado, el centro de estas "comunicaciones" está en el llar y su correspondiente chimenea: por allí se hablan viudas y maridos difuntos -incluso uno de éstos últimos, quizás no demasiado muerto, pide partes de la matanza reciente del chon familiar-; la chimenea es también, como ya vimos en otro post, lugar de adivinación ("Elocuentes pepitas de manzana"), e incluso residencia de brujas. Fuego y agua son portales, espacios liminales de contacto entre ambas realidades, la terrenal y la trascendente, en las religiones de la Céltica. Pero no sólo en casa se reciben mensajes de los fallecidos: en un monte de Santillán, en San Vicente de la Barquera, los hombres (y sólo ellos, a la manera de los augures o los sacerdotes druídicos), acostumbraban a subir ciertos días para hablar con los muertos.



 
 
 

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