Hablábamos recientemente del cruciforme como organizador del espacio simbólico y, en relación con lo anterior, emblema o sinónimo de la divinidad astral prerromana. Esta divinidad actúa como psicopompa en sus diversas epíclesis locales (Vestius Aloniecus, Berobreo, Ogmios, Lugh, Odín...), garantizando el éxito de los desplazamientos tanto terrenales como hacia el Más Allá.
La tradición de los cruceros o "santucos", como se denominan corrientemente en Cantabria, ha conservado trazas de la función apotropaica de los cruciformes, situándose en cruces de caminos, límites y pasos. Su introducción documentada en el paisaje coincide grosso modo con el momento de la definitiva cristianización de Cantabria, a partir del s. IX, asumiendo por lo tanto parte de su simbolismo y funcionalidad, y se expresará bajo los elementos de la devoción franciscana desde el s. XII.
Precisamente la representación de muchos de estos cruceros trasluce aún la vaga expresión o recuerdo del elemento ctonico mediante un personaje -que hubiera sido Ogmios, Odín, Verobreo, etc. en las primitivas cosmogonías-, el cual, traducido en lo plástico a la figura de un franciscano lanzando su cordón a las ánimas, asumiría la tradición de estos antiguos conductores de almas, a las que trasladaban, sujetas por lazos y anillos, hacia el Alén. La tradición de la "Caza Salvaje" y la Santa Compaña y sus equivalentes recoge dicha tradición referente a un pasaje colectivo al más Allá.

Crucero barroco procedente del Puente de Sta. Lucía, hoy en el jardín del Museo Etnográfico de Cantabria (Muriedas).
Gracias, como siempre
Pedrodeortearrazubi