Quedó un terrón entre los edificios,
un verde prado cuajado de cristales como flores diamantinas
y el viejo espino, hijo a su vez de los flamÃgeros arbustos
del monte que fue, glorioso y deshabitado.
Allà han jugado las niñas de las edades idas,
con cacharros de barro, más tarde de latón;
machacaban hojas para cocinar, con un aceite oloroso
Las comidas de sus muñecos.
Los ladrillos polvorientos eran pimentón,
se revuelve con palos en las tazas sin asa.
Los pájaros picotean esta tierra bendita
y llueve hoy sobre ella.