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Anecdotario del nacimiento del chiquillo, por Víctor Tardío

  • raminavictrix
  • 19 oct 2024
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 14 nov 2024


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Ustedes no lo saben pero soy padre (nunca me pidieron ningún papel en el Ayuntamiento para tenerlos y además es gratis… concebirlos, mantenerlos ya es otra cosa) y fue en el alumbramiento del primogénito donde se desarrolla esta epopeya.

Como buen primerizo, acudí a clases de preparación al parto, rellené un formulario para explicar a las futuras matronas cómo queríamos que fuera nuestro parto, fui con mi mujer a unas jornadas en el hospital para no perdernos por los pasillos el día del parto, y a esto súmale la gente con su “Que poquito os queda” desde cinco meses antes del parto. Parto, parto, parto…


Mi vida giró en torno al parto durante nueve meses (con la segunda cambió la cosa, con la segunda yo ya me dije: me parto y me amoldo).

He de confesaros que descubrí turulato, que lo de las embarazadas y de los bebés es un mundo/negocio aparte, al igual que el de las bodas o el de la construcción, donde hay sectores, subsectores y subsubsectores del subsector. Son sectores arrastres o tractores (como diría Leontief) que pretenden chuparte hasta el último centavo. Pero bueno, ese melón prefiero no abrirlo, vamos a centrarnos.


Tooodo era parto. Ambos estábamos entusiasmados y mi mujer, conocedora de mi habitual despiste sobre cualquier asunto por fácil de recordar que sea, siempre que podía me refrescaba la memoria con briconsejos como este:

― Recuerda, cuando nazca el niño, si me tienen que atender y te quedas a solas con él, quítate la camiseta para hacer piel con piel. Es la manera de regularle la temperatura, es beneficioso para su comportamiento neurosensorial y disminuye sus niveles de cortisol.


Esto se convirtió en uno de mis estribillos de cabecera, sin embargo, mi cerebro poco a poco fue condensando la información, porque yo en su día, fui muy buen estudiante de Publicidad y al final mis neuronas funcionan a base de eslogan.

― Recuerda, cuando nazca el niño, si me tienen que atender y te quedas a solas con él, quítate la camiseta para hacer piel con piel. Es la manera de regularle la temperatura y es beneficioso para un montón de movidas.

― Recuerda, cuando nazca el niño o algo parecido, quítate la camiseta para hacer piel con piel. Es la manera de regular y tal.

― Niño nacer, quitar camiseta, piel con piel.


Sencillo, estaba todo bajo control.


Y por fin, llegó el gran día.


Primera fase: llegar a Urgencias, superado.

Segunda fase: no superamos el casting.

Y si digo casting es porque realmente fue así, mi mujer que llevaba más dolores que una Semana Santa en Sevilla, no berreó lo suficiente y le preguntaron que si tuviera que poner del 1 al 10 una puntuación a su dolor, cuál sería.


Nunca supe del sentido de este método de calificación, pues me lo preguntaron entonces y también con la segunda. A mí es que esto de auto baremarme me da como cosita, imagínate que consideramos tener un dolor 8 y realmente tenemos un dolor 7,75 o vete a saber tú. De entrada se me antoja subjetivo pero claro desconozco si en Valdecilla (el Hospital) existe un manual protocolario sobre el mismo, seguramente allí esté minuciosamente estipulado: “Recuérdalo como el padre nuestro, en caso de duda, pregunta a la embarazada qué nota sin decimales le pondría a su dolor”.


Yo lo único que sé es que si mi mujer me dice que vaya al Hospital, es que realmente está jo… aturdida. Todavía si fuera yo, que soy el sexo débil de la relación, pero si la que se queja es ella, hay que ir (es más dura que un chicle mascado por un luchador de sumo).

Tras este episodio nos dijeron: “Venga, venga, que sois primerizos, para casa que todavía os queda muuuuuucho”. Bueno, exactamente no lo expresaron así, pero lo pensaron fijo. Y así fue, a la 01:00h llegamos a nuestro piso. Y a las 04:00h volvimos con un nuevo paso de Semana Santa.


“Lamentamos comunicarles que no han sido seleccionados, gracias por participar de nuevo en este casting y recuerden que son imbé… primerizos”. Y otro casting errado, a las 06:30h estábamos de nuevo de regreso en el hogar.


A las 08:00h, mi mujer se retorcía de dolor (ya debía haber alcanzado un dolor 9,25 como poco) pero claro ¿cómo íbamos a volver? Nos había quedado claro que éramos unos exageraos. A las 08:25h, se sienta en la baza (taza del váter para los que todavía os empeñáis en no ser de Cantabria), porque no sabe lo que le sucede, solo, que tiene ganas de empujar. Yo por supuesto le aconsejo que lo haga porque igual así se le pasa. A ver, entiéndanme, en esos momentos ya no piensas con perspectiva, ahora lo valoro y claro que es de primero de columpios. Para todo esto, mi suegra había aparecido en escena y no entendía nada de nada.


Pero tranquilos, que no nació allí. A las 9 y pico tomamos una decisión: bajar al Centro de Salud a ver a la matrona (mi suegra regresó a su casa). Todo bajo control. Pensad que nosotros estamos a 20 minutos de la ciudá (allí se encuentra el Hospital), la matrona nos podía concretar si de “baby is coming” o si verdaderamente éramos un par de besugos desquiciados (así nos evitaríamos pegarnos otro paseo en coche hasta Valdecilla).

Resulta que la matrona tenía la primera cita de una embarazada. Nos avisa de que esto le llevará un rato y otro atendernos. No nos dio tiempo a ponerla en contexto porque antepusimos nuestra educancia (como diría Miliki) en detrimento de las necesidades fisiológicas de una mujer que estaba a punto parir (que se note que tenemos estudios, home, pofavó).


Yo no tengo inconveniente en estar tres cuartos de hora hablando con los vecinos mientras mi mujer resopla, ni tampoco en saludar a conocidos mientras se agarra a una barandilla como si fuera un koala en un eucalipto después de tomar siete tazas de café. Qué saber estar, qué formación de embajada la nuestra, si nuestros padres nos hubieran visto, qué orgullo hubieran sentido.


Tiempo después, se fue la paciente y, por fin, entramos en la consulta. Informada ya de la situación, la matrona hace una inspección rápida: “Pues este niño nace aquí o en la ambulancia”.


A guan, a peich ¿Cómor? Qué mal ha envejecido esta expresión, si la tradujéramos por lo menos al francés… “A un, a deux ¿Comment?” (dónde va a parar).  “Y ahora ¿qué hacemos?” nos preguntamos. Pues ahora: ¡Aaaa juuuugarrrr!



Comienza entonces el sketch del camarote de los Hermanos Marx. La matrona dice a mi mujer que se acomode en el suelo, pide una ambulancia y llama a las compañeras de pediatría.


La puerta se abre, la puerta se cierra, ahora multiplica esto por las veces que tú quieras mi amol (afluencias de nuestra sociedad reggaetón que me se escapan). Unos van otros vienen. Durante estas aperturas, la gente seguía transitando por el pasillo (recordad que estábamos en un Ambulatorio), así que la matrona brincaba ondeando su batín con el objetivo de que ningún curioso viera a mi esposa (qué señorial) en jarretas. Es entonces cuando se toma la primera gran decisión de la mañana, “¿y si nos trasladamos al otro lado del biombo de la consulta?”. Primer problema resuelto.


Aparecen dos pediatras y una enfermera. La matrona ordena, como se hace en el hampa, con determinación, sin dar opción a que nadie rechiste. “Buscad trapos húmedos, traed agua caliente y el kit de parto”. Reconozco que cuando escuché lo del kit de parto, me sonó todo un poco a Ikea y pensé “Hala, vamos a jugar a los nacimientos”.


Los ambulancieros interrumpen el sketch con una llamada. Estaban ofendiditos ¿te lo puedes creer? Habíamos provocado un error 404. La matrona había pedido un servicio de ambulancia normal cuando debía haber solicitado un servicio de ambulancia para un parto. Entonces, bueno, pues tuvo lugar una pequeña trifulca dialéctica, porque en España si por algo destacamos es por nuestro rigor protocolario y errores como este, pues claro. Aun así, la matrona acabó mandándoles al carajo y segundo problema resuelto.


El niño ya estaba calentando para salir y mi consorte (qué léxico) decide bajarse de la camilla para volver al suelo (que era como más cómoda se encontraba) y ponerse "à quatre pattes" (en francés, mucho mejor). Entenderéis que llegados a este punto, ni epidural ni horchata: estado avanzado de dilatación (malditos primerizos, cómo no han ido antes al hospital), centro de salud y kit de parto.


Y ojo al manojo, porque cuando creíamos que no daba para más la anécdota, apareció una pareja con una niña por pediatría. La enfermera se topa con ellos y les comunica la situación y la anulación, por ende, de su cita. Aprovechando el lance, les pregunta que si llevan encima toallitas, y ellos sorprendidos (como no) hacen entrega del preciado material. No obstante, el varón, haciendo gala de una sublime perspicacia, lanza una pregunta al aire: “La chica ¿no será Lady L?”. Lady L es el nombre de mi mujer encriptado (lo he puesto así por cumplir con la norma, ya sabéis, protección de datos), el varón en cuestión es mi hermano, la hembra mi cuñada y la niña una de mis sobrinas. La enfermera, que era un gurú en el arte del disimulo, contesta con una sonrisa forzosa: “No puede decir nada” y se larga sin necesidad de que Red Bull le diera alas. Tercer problema resuelto.


Mientras tanto, el sketch continuaba con su hilo argumental. Mi mujer empujando "à quatre pattes", yo de cuclillas agarrándole de “la main” y el resto esperando en consulta a que saliera “le petit garçon”.


Y ahora sí, mi cónyuge (oh, qué virtuosismo en el manejo de los sinónimos), como si fuera “Xena, la princesa guerrera”, obra el milagro. La matrona recibe al bebé, pediatras y enfermera usan con diligencia el kit de parto para cortar el cordón, y a mi mujer la suben a la camilla para atenderla.


No voy a negarlo, todos los presentes en el camarote estábamos emocionadísimos (casi aplaudimos y todo). Y he de agradecer una vez más, y ya alejándome del tono humorístico de esta anécdota, a la matrona, a las pediatras, a la enfermera y a todos los que aportaron aquel día con su labor (incluido el equipo humano de la ambulancia que, ya fuera de coña, fueron maravillosos) el gran trabajo que realizaron y que nos permitió convertirnos en papás.

Después de un par de minutos, la pediatra se acercó con el bebé hacia mí y fue entonces cuando un clic resonó en mi cabeza: “Niño nacer, quitar camiseta, piel con piel”. Cada vez más cerca. “Niño nacer, quitar camiseta, piel con piel”. Cada vez más alto. “NIÑO NACER, QUITAR CAMISETA, PIEL CON PIEL”. Raudo, obedezco a mi subconsciente y me quito la camiseta. Recuerdo con nitidez aquel pensamiento: “Joder, tío. Nadie daba un duro por ti, pero maldita sea, Larry… Lo hiciste, eres bueno” (leedlo con la voz de Ricardo Solans, pofavó).

Y ahora, hacedlo conmigo. Entrad en WhatsApp y poner en el buscador de GIFS “Excuse me”. Bueno, pues ahí tenéis varios ejemplos de la cara de la pediatra cuando me vio con el torso al natural. Y que pregunta más bien planteada me ofreció: “¿Qué haces?”. Seguramente, en su cabeza le añadió un “puñetas” (por decirlo con finura) justo después del “Qué”. Yo, Raudo Emperador, en un ejercicio de logística inversa, me volví a poner la camiseta para coger entres los brazos a mi hijo. Como veis, también puedo ser perspicaz si me lo propongo.

Pero atención, seguimos sumando sorpresas. Al mirarlo a la cara por primera vez, madre mía, no me lo podía creer. ¡Mi hijo era Baby Batman y tenía una cicatriz de murciélago en la frente!

A ver, a ver…, a ver si no me vais a permitir una pequeña licencia de autor, que no estoy acostumbrado a escribir tan de seguido sin inventarme nada. Bueno venga, olvidadlo y retomemos la historia.


Al mirarlo a la cara por primera vez, pues se me cayó la baba para que voy a negarlo.

Y esto ya se está acabando, a los minutos me hicieron salir con el bebé envuelto en una manta térmica, allí saludé a mi hermano, cuñada y sobrina, agradeciéndoles la aportación de sus toallitas. Mi mujer salió al rato triunfante para subir a la ambulancia, le ofrecieron camilla pero ella rehusó (estaba con un buen subidón, ya os dije que es dura). El Centro de Salud estaba en plena ebullición, varias cotillas locales comentaban “Hay una mujer de parto, eso dicen, fíjate… pues cómo no habrá ido al Hospital… seguro que es primeriza”, y mi mujer las contestó a su paso “Que soy yo, señoras”. Devolví a mi hijo a su olivo, ellos se fueron en la ambulancia y yo en coche.


En el Hospital ya sabían que íbamos, se había corrido la voz. Para que os hagáis una idea, la encargada de darnos el alta el último día fue la matrona que nos atendió en un primer momento, el día de marras, y al comentarle que la conocíamos ella nos advirtió: “Sí, pero fui la primera” (al final aunque no pasamos el casting, al menos fue bastante comentado).

Y ya para terminar esta gran anécdota, remataré con dos últimos toppings.


Las semanas posteriores de nuestro regreso a casa, nos dimos cuenta de que nos habíamos convertido en “puebling topic”. Y es que, para bajar al Centro de Salud andando, teníamos que salir una hora antes (y estamos a diez minutos). Dos causas motivaron esta previsión horaria:

1. Atender a todos nuestros followers.

2. Escuchar los partos de todas las señoras que nos topábamos.


Y qué queréis que os diga, a mí como que lo de imaginarme señoras de parto pues, como que me acabó echando para atrás, así que acabamos buscando una ruta alternativa para cruzar el pueblo. Desde entonces, nos bastó con salir veinte minutos antes de casa hasta que recuperamos cierta normalidad (cómo somos los famosetes).


Y en cuanto al segundo topping, y con esto chapo la cantina. Tres días después del alumbramiento, mi abuela fue a urgencias con mi padre, y una enfermera estaba buscando algo como loca mientras echaba la culpa a las compañeras: “Dónde lo habrán metido…el día que haga falta…  teníamos que haber traído al Sherpa (esto del Sherpa solo lo pillarás si has visto a Faemino y Cansado en directo)”.


¿Pues adivináis qué? La enfermera estaba buscando el kit de parto.

Afortunadamente, mi abuela y mi padre pudieron resolverle el misterio a aquella mujer: “Más te vale volver a Ikea a por otro”.

 

 
 
 

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