"La columna vaporosa: chismeando", un relato de Víctor Tardío
- raminavictrix
- 24 abr
- 5 Min. de lectura

En los pueblos tenemos nuestras propias costumbres:
Tenemos muchas señoras y señoros que parecen corresponsales de guerra (te sacan titulares al menor despiste por inhóspita que sea la situación).
Cruzamos por mitad de la carretera apareciendo como si fuéramos zombies (y es que las aceras están sobrevaloradas, la verdad).
Y nos tomamos las prescripciones médicas de manera conceptual (yo sé de uno que le dijeron que para cenar solo tomara una pieza de fruta y desde entonces no faltó a su palabra, solo cenaba una sandía).
Estas cosas me hacen muchas veces determinar que somos un poco animales.
¿Nunca habéis pensando que la realidad en Cabárceno es otra? ¿No pudiera ser inversa? Y que en realidad, sean los animales los que nos miran a nosotros, y por tanto, nosotros los que realmente vivimos en una especie de jaula.
Pero bueno, ya alejándonos de estas disertaciones que tampoco nos van a llevar a ninguna parte, si tuviera que destacar de entre todas una de nuestras costumbres, por encima incluso de la de pillar el coche hasta para comprar el pan en la tienda de la esquina, sería la de que nos gusta un… nah, nah, nanannah, nananah rumore, rumore…
Chismes, chismes, chismes… Y ya una vez rodados, los exageramos hasta la extenuación, porque como los piojos en la ceja, cuanto más gordos mejor. Por eso hoy voy a contaros uno de mis chismorreos favoritos, el de «La Casa Colón» de Las Palmas.
Para los que no lo saben, en la ciudad de Las Palmas montaron un tinglao en un sitio en el que «probablemente» (algo así reza en una de las placas que tiene el edificio) el gran Cristóbal Colón pasó una de sus noches en uno de sus viajes a las Américas. Repito, «probablemente».
¿Qué os parece? ¿No es eso un súper chisme? Aunque pueda que sea real… o no… Porque quizás sea verdad no lo niego pero también puede ser lo contrario. Sin embargo, con el paso de los años se ha ido retroalimentando hasta que pumba… y delante de vosotros: «La Casa Colón». Ahora vendrá el listo de turno y dirá que Las Palmas no es un pueblo, pero «Ay, amigo Félix», en aquella época la ciudad canaria lo era, no pasaría de los 3.000 habitantes.
Seguramente, ahora los canarios me odien. Pero no pueden, porque les amo y tengo familia residente, así que sería poco ético (digo yo). Además, he de decir en su favor, que el lugar es una auténtica joya arquitectónica canaria, y que la visita realmente merece la pena, en ella puedes explorar la relación de las islas con el Descubrimiento de América y exhibe arte, historia y cultura de la época.
Mas yo no quiero ir por ahí, yo quiero ir al meollo de la question. Esto nació así y sino que me pongan en modo avión. Barrio Vegueta, siglo XVI:
―Yaiza, tú sabías que aquí dicen que durmió Cristóbal. Seguramente… oye que igual no, eh… pero puede.
―¿Qué Cristóbal, chacho?
―El que descubrió América, no va a ser el pejiguera de tu cuñao.
―Ñooo, ¿en serio? Mi cuñao ¿aquí?
―Eso dicen… que puede ser, eh. Pero vamos, que ya sabes... lo mismo no. Probablemente ¿quién sabe? Igual sí estuvo por aquí, aunque ya sabes que a la gente a veces le gusta golisnear… si bien es cierto que cuando el río suena…
―Agüita…
―Lleva.
Bueno, pues esto en un rato tonto de un lunes medieval, ahora multiplícalo por miles de personas durante siglos, y oye que la cosa va cogiendo ritmo...
Ay, los chismes y su engrandecimiento. Por este tipo de cosas, tengo el convencimiento que los políticos de hoy son todos de pueblo. Y no porque al fin y al cabo todos procedamos de ellos, sino porque el discurso político actual es muy chismoso y las presunciones de inocencia y eso de contrastar las fuentes y tal, todo ha saltado ya por los aires. Y eso es muy de cotilleo de pueblo.
Como lo de cotillear a vista de pájaro las cosas de los demás: el Whatsapp del de la barra, el periódico del de al lado… Lamentablemente, esta noble práctica milenaria de las aldeas no se puede emplear tan a la ligera como antes, desde que sacaron la Ley Orgánica de Protección de Datos no está la cosa para tonterías.
Y yo alucino, porque por cosas como estas, poco a poco este país se está yendo al carajo. Primero nos quitaron a la Milá de Gran Hermano, después a Ramón García de las campanadas y ahora ya no se puede ni ser cotilla.
¿Qué será lo próximo? ¿Nos privarán de exagerar nuestras vivencias, anécdotas o lo que es peor, nos arrancarán de cuajo esa libertad de exagerar y confundir la vida de los demás? Acabáramos.
Pero si ser exagerado es una distinción de interés local, os lo voy a demostrar con un claro ejemplo: cuántas localidades de esta nuestra piel de toro, tienen como producto típico esas pastas de manteca de cerdo que te tomas una y ya has comido para toda la semana. Que la verdad, a mí no me gustan, pero oye yo con hambre me puedo comer hasta mi prima Paqui, que es más pesada que Florentino hablándote de las Champions que ha ganado el Madrid.
Volviendo al tema, ¿cuántos lugares? Pensadlo. Luego se le pone un nombre local y a tirar millas. ¿Y eso qué? ¿Eso no es también una exageración? Y más en los tiempos que corren, que lo cool de Estambul es el minimalismo.
Si es que la exageración es nuestra idiosincrasia, a mí no me molesta que me comenten que soy un exagerado, lo llevo con orgullo. Bueno, solo una vez me molestó. Me llamaron del colegio:
―¿El padre de «niño menor»? (otra vez la maldita Protección de Datos)
―Sí.
―Mire no se asuste, le llamamos del cole.
Y la verdad que no les dejé seguir con la conversación, llamé al 112 y cinco minutos después ya había un helicóptero sobrevolando el patio y una ambulancia en la puerta de conserjería. Y mira que yo no soy de asustarme, muchas veces he pasado por el recinto de los osos de Cabárceno y ni me he inmutado. Pero claro, eso de mezclar «colegio, asustar e hijo», no es algo que se pueda mentar a un padre, que por aquel entonces era primerizo.
Parece que he vuelto a hablar de Cabárceno tal como hice al principio. Como ven esta columna vaporosa está conformada por una de esas opiniones con un hilo narrativo y/o/u argumental coherente.
¿No vais encajando ahora todas las piezas del texto como una especie de puzle? Qué virtuosismo.
Y no solo eso, el leitmotiv de todo esto iba de hablar de los chismes, y acabo de hablar de osos, y «oso» y «chismoso» rima (consonante, qué también sé de ripios, que os pensabais).
Qué final, por favor… ¡qué final!







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