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"Las fin del mundo" un poema de Macías Berenguer Ivars musicado por Enrique Riv

  • raminavictrix
  • 24 oct 2024
  • 2 Min. de lectura
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Fotografía de Adela Martín Arroyo



LAS FIN DEL MUNDO


Ha amanecido el día ventoso,


son oráculo y signo


los cielos altos colorados.


Una señora es abducida


por su televisor en marcha.


En la caja tonta confirman     


que el descuelgue de una vaguada


en niveles medios de la troposfera


traerá consigo precipitaciones


muy intensas.


Indiscutible como axioma


es que el agua todavía no rebosa.


La vida vasta consume, se consume,


y no hemos visto a Dios pasar por estos lares,


las moscas hierven en los lacrimales,


en las escleróticas amarillas.


̶  ¡Más madera! ̶  repite el jefe.


En la calle, los refajos de las monjas


se exhiben sin rebozo.


Los negocios ‘compro oro’


son un termómetro certero,


doy fe desde un banco de los buenos,


uno mellado en tablas.


Vuela un periódico


ostentando un titular que profetiza


la caída del imperio.


Los magnolios se desfloran


por la incipiente galerna,


las veletas sin embargo se regalan


en pleno encendimiento.


Aquí se goza de la libre elección


del sentir miedo


o sufrir las consecuencias;


esta obsesiva seguridad


que engendra peligros palmarios y ubicuos.


Es la ciudad hecha de conglomerados,


fuertes quebradizos sin comunidades.


Un buen padre de familia se frota las manos,


se relame en la sección de charcutería


del contenedor más cercano.


Chispea a ratos, poco a poco


la mar gruesa se engrandece


allá en la mar,


como el moroso que enciende las ideas


porque le han cortado la luz.


Hurgan sus narices los taxistas indolentes,


rugen, urgen sus motores antes de que cambie a verde


y los paraguas ya se ponen del revés.


Alguien pasa llorando fugazmente,


no vayamos a preguntar por qué.


Un mendigo felicita las fiestas


y enerva la conciencia del peatón veloz,


cagan las gaviotas con encono,


tampoco hoy el cartero trajo cartas de amor.


Los enfermos resumen protocolos, facturas y litigios


en el camposanto,


hay quien huele el cambio con deseo,


las sirenas del asfalto se enardecen.


En la atalaya del ciberespacio acorazado


el avizor anónimo enchufa drones enciende radares.


¡Oh ciudadano modelo!


¡Abandónate con ahínco!


¡Absolveremos la culpa!


¡Aplacaremos los escrúpulos!


¿A qué cadena de exclusión indecible perteneces?


Un borracho increpa al prohombre satisfecho


que para en seco, disimula


hasta que los nimbos descargan


su desconsuelo


y ojea su reló de titanio:


Son las fin del mundo en punto,


hora del vermú,


la andanada oblicua ya es un hecho.


Habrá que ponerse a cubierto.


 
 
 

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