PASEAR DE NOCHE. Un microrrelato de Marina Gurruchaga.
- raminavictrix
- 6 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Desde aquel día en el que, de pronto (era noviembre), el crepúsculo se le había echado encima como una manta sofocante, y el camino por el que deambulaba -de sobra conocido- también súbitamente se había transformado hasta resultar irreconocible, desde aquel día había querido salir a pasear de noche.
En aquella ocasión había estado a punto de perderse. Tuvo que realizar la última parte de su paseo bajo las farolas, ya en territorio familiar pero aceleradamente (y eso no lo decidió ella, eran sus piernas las que se apresuraban), y aún así la percepción de que algo la aislaba del exterior, de un contacto real con aquel maravilloso mundo sombrío, incluso una cierta ridícula creencia de poseer la invulnerabilidad, a pesar de que su cuerpo reflejaba la tensión de lo desacostumbrado, la habían sorprendido. Por eso quería volver a pasear de noche.
Pero siempre había algo que hacer, alguien a quien atender o esperar. Los perros en los jardines ladraban, los motores de los coches se arrastraban, agotados, hasta las puertas de las casas; incluso la lluvia desaconsejaba la salida en busca del temor, del conocimiento, de la soledad.
Primero fue el tranquilizador itinerario al contenedor de basura. Después éste se alargó, llegando hasta el quiosco para comprar el pan de mañana. Del quiosco avanzó a la tienda de viajes, y luego por el camino, ya parcialmente no iluminado, que llegaba al disperso pueblo más cercano, entre prados y montecillos de cultivo, estirándose a lo largo de la carreterilla de riego asfáltico. En algunos días trascendió estos límites parcialmente conocidos (porque de noche todo mudaba de aspecto, de dimensión e incluso sonido y olor), y continuó, mucho más tiempo, hasta la madrugada, adentrándose por lugares ya completamente desusados. Cuando llegaba a casa, por supuesto, no era ya cuestión de acostarse, por lo que se aseaba y partía a trabajar. Pronto le fue imposible realizar con una mínima destreza sus tareas y tuvo que volver a casa y acostarse. Un día la despidieron y entonces, de súbito, se dio cuenta de que ya podía subvertir completamente el orden acostumbrado y dedicarse, sólo, a caminar, a pasear de noche.









Comentarios